Recientemente me mude de casa y fue una mudanza titánica; en realidad se trataba de deshacerse de casi todo; podíamos mudar muy pocas cosas pues nos moveríamos 9.000 km. Así que me di a la tarea de dividir la casa en tres grandes pilas: conservar, vender y donar o regalar. Había una cuarta pila la cual procuré mantener lo más pequeña posible y era la que tenía como destino final la basura.
Así minimicé y empaqué la cocina, la ropa, los libros y repentinamente tuve que frenar en seco: los juguetes de los niños fueron todo un reto que me puso a reflexionar sobre el consumo desmedido e inútil así como en la costumbre de regalar a los niños necesariamente juguetes en su cumpleaños, en navidad, cuando acaban un año escolar o con cualquier pretexto. Yo que presumo de sustentable tenía un Monte Everest de juguetes en mi propia casa.