Cuando compramos un electrodoméstico, cualquier aparato de la llamada "línea blanca" o algún novedoso invento electrónico solemos fijarnos en el tamaño, en el color, en lo bonito que es, en lo novedoso, en lo grande y poderoso. Después de la etapa de enamoramiento, capricho y deseo ponemos los pies en la tierra y entonces nos fijamos en el precio, las formas de pago, el flete si es necesario, la garantía y el mantenimiento. Pensamos un poco (o un mucho), entregamos el mágico plástico que te permite pagar de forma diferida en varios meses y volvemos a casa deseando estrenar.
Si regresáramos la película nos daríamos cuenta que no verificamos algo, pequeño detalle en apariencia pero que puede llegar a ser el meollo del asunto: cuánta energía consume.
Fijarnos en esto no nos convierte solamente en ecológicos ciudadanos; en realidad nos convierte en sabios compradores que no están dispuestos a pagar eternamente su compra a través del elevado recibo de electricidad.